Cuidado, ética y democracia: más relacionados que nunca

Al movernos de la ética del cumplimiento de reglas a la ética del cuidado aparece la posibilidad de encontrarnos como iguales y, con ello la posibilidad de la democracia.

Estos días he reflexionado mucho sobre todo lo que está ocurriendo con la pandemia. Para mí, en muchos aspectos, se trata de una crisis del cuidado: tiene que ver con la salud, con poder atender a los que se enferman y también con cuidarnos a nosotros mismos de no enfermar. Y mientras insistamos en mantener un modelo que prioriza la producción esto no se resolverá. Como sociedad, tendemos a dejar el cuidado de lado, incluso cuando hay numerosos estudios que lo vinculan a la ética y la democracia. 

Mucho tiene que ver con el contexto de nuestra cultura y su historia: antropocéntrica y jerárquica. Por ejemplo, en Grecia, a la que admiramos mucho, las mujeres estaban declaradas en un rango inferior, no tenían derecho a la educación, a la propiedad, a hablar en el ámbito público. Y solamente algunas, muy excepcionales, lograban destacarse en esa época.

Se trata de una democracia que está muy relacionada con el poder desde sus orígenes, porque en esa democracia, quienes tenían acceso a esos espacios eran los hombres hijos de ciudadanos, las mujeres estaban excluidas. Y eso de alguna manera se ha conservado durante los siglos.

Pero, por otro lado, hay miradas coincidentes desde la biología del conocer que trae Humberto Maturana y sobre todo desde la antropología en los últimos años en que se han incorporado mujeres, donde miramos los primeros períodos de la vida humana ya no con el foco puesto en el hombre cazador, sino en la condición del cuidado, la disposición a este.

El biólogo Humberto Maturana lo pone como el encuentro recurrente y amoroso de las familias ancestrales. Cómo en las convivencias y en las recurrencias empieza a aparecer el lenguaje que es lo distintivo de lo humano. A su vez, las antropólogas empiezan a observar que los bebés humanos necesitan cuidado, son 100% dependientes, hasta los dos años de vida. Y esa atención a los bebés es tan demandante que no alcanza con el cuidado de la madre, sino que era necesaria una comunidad cuidadora. Entonces lo primero distintivo en el origen de lo humano es la cualidad de cuidar.

En eso entra directamente lo femenino. La filósofa y psicóloga feminista Carol Gilligan, en los 80s, hizo una novedosa investigación tras la cual descubrió que hombres y mujeres tenemos diferentes referentes éticos. Su profesor, Kohlberg, en su “Teoría del Desarrollo Moral” había descrito el cumplimiento de las normas y lo jerárquico como referentes éticos universales y denunciaba una inmadurez ética de las mujeres. Sin embargo Gilligan noto que la investigación de Kohlberg se basaba en un universo 100% masculino, al incorporar mujeres ella descubrió que para las mujeres el referente ético tienden a ser las relaciones, cómo nos encontramos con los otros. Es decir: en el cómo habito el espacio social aparece la ética del cuidado y no de las normas.

La investigadora también trae ahí un nuevo entendimiento de la democracia: ella plantea que el espacio democrático es el espacio que entendemos desde lo femenino, desde la ética del cuidado. Pero también plantea algo muy bonito: que esto de “lo femenino” y “lo masculino” es producto de la mirada binaria del patriarcado, donde hay que elegir entre emoción o razón, siendo que ambas son habilidades humanas que, en los niños pequeños, están integradas. Pero más adelante, los niños hombres empiezan a desarrollar juegos de fuerza y poder, mientras que las adolescentes mujeres optan por asentir cuando quieren disentir. Nos encontramos, dice Guilligan, con niños que dicen “no me importa” cuando sí les importa, y niñas que dicen “no sé” cuando sí lo saben.

Esas reflexiones dejan claro que al movernos de la ética del cumplimiento de reglas a la ética del cuidado aparece la posibilidad de encontrarnos como iguales y, con ello la posibilidad de la democracia. Cuidado, ética y democracia están, por lo tanto, más relacionados que nunca.