La urgencia del diálogo en tiempos de incertidumbre

Estamos viviendo tiempos de incertidumbre económica, social, sanitaria y política. En períodos tan revueltos e inciertos cada vez más escuchamos la palabra “diálogo”. Vemos que se realizan una serie de conversatorios en línea y oímos comentarios de iniciativas como “Tenemos que hablar de Chile”, impulsada por la Universidad de Chile y la UC. 

Evidenciamos esa necesidad del diálogo, porque este es una oportunidad para reducir la incertidumbre. Conocer lo que los otros piensan, sienten y desean nos da información, certezas, y nos permite tomar decisiones y generar acción. 

Pero para poder abrir los espacios e instancias de conversación y convertirnos en agentes que promuevan el diálogo, tenemos que ser sinceros con qué es realmente este. Diálogo tiene su origen en el latín “dialogus” y significa la interacción entre dos o más personas. 

Tradicionalmente, este ha sido visto como una oportunidad de crecimiento. Los famosos diálogos de Platón sirvieron durante mucho tiempo de modelo filosófico y científico. Y, con el paso del tiempo, el diálogo no ha servido solo para intercambiar ideas, sino también para vincularnos a otros puntos de vista, ya sea estando de acuerdo o en contra de estos. En este sentido, el diálogo es un proceso a través del cual descubrimos las posiciones de nuestros interlocutores y también nuestras propias contradicciones o incongruencias. El diálogo surge como una buena oportunidad para reflexionar y confrontar ideas.

En tiempos cambiantes como los actuales, cambian los planes, los deseos y las opiniones y por ello en esta época es fundamental adoptar el dialogo como una práctica recurrente.

Sin embargo, el diálogo solo surge como una oportunidad de crecimiento cuando quienes participan de él están abiertos al entendimiento. Como se suele decir, “dos monólogos no hacen un diálogo”. 

Cuando hablamos de la urgencia del diálogo, hablamos de la urgencia de practicar la escucha, de explorar espacios y conversaciones desconocidas. Escuchar para entender antes que para tener una opinión. Hablar con desconocidos, con distintos a mí. Abandonar los estilos confrontacionales, la intolerancia, la hostilidad. 

Las diferencias son parte de nuestra sociedad y de la vida, y las hacen más ricas. Cuando se entiende eso y se busca el consenso, podemos mantener nuestros pactos sociales, teniendo en cuenta que llegar a consensos no significa abandonar mi postura, sino que construir desde las coincidencias. 

Si entendemos que, incluso en medio del conflicto o de posturas radicalmente distintas a las nuestras, buscamos atender a las mismas necesidades, podemos asumir una postura de curiosidad sobre lo que el otro piensa, vive y siente. Como bien decía el maestro Maturana, “el conversar es como la danza del emocionar y el razonar”: es con otros, y hay un movimiento de ideas y emociones. 

Si abrimos la mente a la lógica de los acuerdos, cuidamos y construimos la paz.